El oficio de educador social es heredero directo de aquellas ocupaciones que hasta no hace mucho practicaban una intervención absolutamente paternalista. La proximidad de este pretérito, que en algunos casos aún es presente, se nota en el hecho que conceptos como la asistencia, beneficencia, piedad, compasión, amor o incluso moral no se pueden mencionar en el ámbito de la acción social sin el peligro de convocar viejos fantasmas.

Este artículo pretende llamar la atención sobre el hecho que en ética no podemos prescindir como si nada de estos términos y de aquello que evocan sin caer en un enorme y gélido empobrecimiento. El pensamiento laico, y con él la educación social, debería perderles el miedo, y pensar y encontrar la manera de practicarlos en el nuevo marco donde nos encontramos.

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