Hasta el día de hoy disponemos de tres paradigmas para pensar lo que todavía denominamos discapacidad: el médico, el social y lo biopsicosocial. El «Foro de Vida Independiente» y los autores y activistas que ayudan a profunditzar y a extender sus propuestas celebran el adelanto que ha supuesto el paradigma biopsicosocial, pero no lo comparten y proponen un nuevo modelo que denominen de la diversidad funcional, una versión hermenéutica del paradigma social.

Este artículo intenta identificar los problemas que el modelo de la diversidad funcional plantea en la ética aplicada, y se centra en dos de ellos. El primero es: si el que ahora consideramos deficiencia es interpretado únicamente como diversidad, qué argumentos tendríamos por no respetar la decisión de unos padres de no corregir una deficiencia física, intelectual o del desarrollo de sus hijos, pudiendo hacerlo con una terapia eficaz, razonable y sin peligros? Y para impedir que los produzcan una deficiencia? La segunda cuestión es: cómo justificar la necesidad de discriminación positiva (más recursos y atenciones y más investigación médica y tecnológica a las personas con diversidad funcional) e incluso de apoyo, si se considera que su manera de funcionar no es ni mejor ni peor que las otras?

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14 de noviembre de 2022
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